Un equipo internacional de astrónomos identificó una galaxia bautizada como “Y1” que está desconcertando a la comunidad científica. Se trata de un objeto extremadamente masivo y luminoso ubicado a más de 13.000 millones de años luz, lo que significa que su luz comenzó a viajar cuando el universo tenía apenas unos 600 millones de años desde el Big Bang.
Lo que vuelve excepcional a Y1 es que su tamaño, su brillo y su ritmo de formación estelar no encajan con los modelos conocidos de evolución temprana del cosmos. Según las teorías actuales, en esa etapa el universo debía estar poblado principalmente por galaxias pequeñas, irregulares y aún en formación. Y1, en cambio, aparece como una estructura sorprendentemente desarrollada para su época, con una masa estelar muy superior a la esperada y una luminosidad que indica una eficiencia notable en la creación de nuevas estrellas.
Los científicos lograron obtener datos sobre su antigüedad, composición química y capacidad de evolución combinando las observaciones del James Webb con mediciones de radiotelescopios terrestres. Estos resultados apuntan a que las galaxias “prematuras” —grandes, maduras y ricas en estrellas en épocas muy tempranas— podrían haber sido más frecuentes de lo que se creía.
El hallazgo abre interrogantes cruciales: ¿fue mucho más rápido el proceso de formación de galaxias en el universo primitivo? ¿Existe algún mecanismo desconocido de acumulación de masa y gas que acelere su crecimiento? ¿O es necesario revisar ciertos supuestos sobre distancias, edades y modelos cosmológicos?
La detección de Y1 no sólo establece un nuevo límite en lo observable, sino que también obliga a replantear cómo se construyó el universo en sus primeros cientos de millones de años. Es, en definitiva, un descubrimiento que desafía los fundamentos mismos de la cosmología moderna.





