Un nuevo relevamiento nacional volvió a encender las alarmas: varias regiones del país presentan niveles elevados de arsénico en el agua potable, un problema histórico que afecta especialmente a zonas rurales y semiurbanas donde los sistemas de potabilización son insuficientes o directamente inexistentes. La situación no es nueva, pero el informe actualiza la magnitud del fenómeno y subraya sus consecuencias sanitarias.
Las provincias más afectadas se ubican principalmente en el centro y norte del país. Áreas de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Santiago del Estero, Tucumán, Chaco, Salta y La Pampa muestran concentraciones que en muchos casos superan ampliamente los valores recomendados por la Organización Mundial de la Salud. En estas zonas, la presencia natural de arsénico en el suelo —sumada a la falta de infraestructura— expone a miles de familias a riesgos sostenidos.
El arsénico es un contaminante silencioso: no tiene olor, color ni sabor. Su consumo prolongado puede provocar una serie de enfermedades graves, desde lesiones cutáneas y alteraciones cardiovasculares, hasta daño neurológico, problemas en el desarrollo infantil y mayor riesgo de cáncer, especialmente de piel, vejiga, pulmón e hígado. Los especialistas subrayan que la clave está en la exposición crónica: pequeñas dosis ingeridas durante años tienen un impacto acumulativo severo.
El problema se vuelve más complejo en las zonas donde el agua proviene de pozos poco profundos, sin controles sistemáticos. En muchos casos, las familias no cuentan con alternativas: no hay red de agua potable, los sistemas de osmosis o filtrado son costosos y la provisión estatal es intermitente. Allí, la vulnerabilidad sanitaria crece y la población queda atrapada entre la falta de información y la carencia de recursos.
Además de identificar las regiones críticas, el informe insiste en medidas urgentes: ampliar la red de agua segura, controlar todos los pozos comunitarios, garantizar filtros certificados en escuelas y centros de salud, y reforzar la vigilancia epidemiológica en las zonas de riesgo. También apunta a un punto central: la necesidad de campañas de información claras, que expliquen por qué el arsénico es peligroso y cómo puede mitigarse su impacto.
La problemática no es nueva, pero el avance reciente de los estudios aporta algo fundamental: evidencia actualizada que permite trazar un mapa claro de las regiones comprometidas y orientar políticas públicas. El agua segura sigue siendo una deuda pendiente en muchas provincias, y abordar la contaminación por arsénico es una de las tareas urgentes para mejorar la salud de millones de argentinos.





